Por Mario Felipe Cervantes Villegas
Carlos Alberto Manzo Rodríguez no murió: lo mataron.
Y lo mataron en un país donde ya no existe el Estado.
Lo asesinaron en público, frente a familias, frente a niños, frente a una ciudad que apenas intenta sobrevivir. Su ejecución en el Festival de las Velas no fue una tragedia aislada: fue un acto de dominio.
Un recordatorio de quién manda en México.
La muerte de Manzo es la radiografía más brutal del país:
un territorio lleno de sangre, sin leyes, sin gobierno, sin control y sin esperanza.
Los municipios están sitiados.
Las policías municipales, rebasadas y corrompidas.
Las estatales, paralizadas.
Las fiscalías, capturadas.
La Guardia Nacional, inútil.
Y la Federación, desaparecida.
La estrategia del Gobierno Federal no sólo falló:
condenó al país al colapso.
“Abrazos, no balazos” se convirtió en la mayor política de impunidad de nuestra historia. Una invitación abierta a que los cárteles ocuparan espacios que el Estado abandonó. Una rendición disfrazada de discurso humanista.
El resultado está frente a nosotros:
los criminales gobiernan, los ciudadanos sobreviven y los alcaldes mueren.
Carlos Manzo fue uno de los pocos que se atrevió a decirlo.
Dijo que Uruapan estaba tomado.
Dijo que el crimen tenía control total.
Dijo que el Gobierno Federal no llegaba.
Dijo que la seguridad en México era una mentira construida desde un podio.
Por eso es una situación primordial:
porque en su muerte se concentra toda la verdad que el poder intenta esconder.
Manzo murió como mueren los valientes en un México colapsado:
solo, desprotegido, ignorado y silenciado.
Lo ejecutaron los criminales, sí.
Pero lo sentenció un Gobierno Federal que decidió abandonar territorios completos.
Y lo remató MORENA, que convirtió la seguridad en propaganda.
México no está en crisis.
México está en fase terminal.
Hay regiones del país donde la ley no sirve para nada, donde las decisiones se toman a punta de fusil, donde los ciudadanos viven bajo toque de queda no declarado. Hay municipios controlados por grupos armados que cobran impuestos, dictan reglas y definen quién vive y quién muere.
Y mientras tanto, la Federación presume “estabilidad”.
MORENA presume “transformación”.
El país presume miedo, muerte y silencio.
El asesinato de Carlos Manzo es el punto de quiebre.
Es la confirmación de que el Estado de derecho ya no existe.
Es el aviso de que México ya cruzó el límite del retorno.
Es la prueba de que quienes gobiernan ya no gobiernan nada.
A Manzo lo callaron porque dijo la verdad.
A Manzo lo callaron porque denunció el abandono.
A Manzo lo callaron porque no quiso ser cómplice.
A Manzo lo callaron porque este gobierno no tolera a quien desnuda su fracaso.
En un país gobernado por el crimen, los héroes mueren.
Y en un país sin Estado, los culpables tienen fuero.
Ese es —sin máscaras, sin filtros, sin evasivas—
el verdadero precio de alzar la voz.

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