La Pancha Villa de Acámbaro y la verdad detrás de la Presa Solís
Por momentos uno pensaría que en Acámbaro ha nacido una nueva revolución. Que el pueblo se ha levantado contra el centralismo, que las banderas ondean al viento clamando justicia por el agua… pero no. Lo que hay en realidad es una alcaldesa que se cree Pancho Villa y terminó pareciéndose más a una bandida que saluda con la izquierda y cobra con la derecha.
Resulta que el proyecto del Acueducto Solís, anunciado por el Gobierno Federal y respaldado por el Gobierno del Estado, es uno de los movimientos más estratégicos para garantizar agua potable a buena parte del corredor industrial del Bajío. Todo está alineado: estudios, recursos y aval político. Sin embargo, en Acámbaro, alguien decidió montar su propia farsa revolucionaria , con discursos inflamados, sombrero moralista y la cantaleta de que “van a dejar sin agua al campo”.
No hay tal. Pero el ruido de la desinformación se volvió música de campaña para quienes viven de administrar el enojo del pueblo: MORENA
La paradoja del abandono
Mientras se grita que “defienden el agua”, en las comunidades cercanas —como Chupícuaro— no hay ni calles pavimentadas, ni drenaje digno, ni siquiera un panteón decente.
Los vecinos entierran a sus muertos entre charcos, con las botas en el lodo y la esperanza empolvada.
Y la presidenta municipal, doña Claudia Silva, en lugar de dar la cara, se da baños de pureza: culpa al Estado, se desmarca del proyecto, y cuando la cosa se complica… ¡corre a tomarse la foto en las manifestaciones!
Ahí está, con el puño en alto y el presupuesto en el bolsillo.
Entre el teatro y la traición
El libreto es digno de una tragicomedia: por las mañanas le jura lealtad a la gobernadora Libia Dennise, sonríe ante las cámaras, firma oficios y presume coordinación.
Por las tardes, susurra al oído de los inconformes que “ella no sabía nada”, que “también la engañaron”, y que “está del lado del pueblo”.
Un doble juego tan torpe como transparente.
Porque una cosa es defender causas sociales, y otra muy distinta es disfrazar la corrupción con reboso revolucionario.
Y mientras tanto, la alcaldesa administra la confusión como quien reparte agua en cubetas: solo a quien le conviene, solo cuando hay prensa cerca.
La revolución que no fue
Claudia Silva se vende como la heroína de la resistencia rural, pero su revolución no tiene ideales, tiene nómina.
Y si Pancho Villa robaba trenes para repartir el botín, ella roba la confianza pública para repartir culpas.
Su “causa del agua” no busca justicia, sino protagonismo.
Su “solidaridad con el pueblo” no brota de empatía, sino de cálculo político.
Mientras el Estado y la Federación construyen un proyecto para garantizar el abasto regional, ella construye su propio mito, hecho de selfies, boletines y traiciones discretas.
Claudia Silva ha sido una pésima alcaldesa. No gobierna, administra el caos. Las comunidades siguen olvidadas, las obras no llegan y su única estrategia ha sido culpar a todos menos a sí misma.
Finalmente, a Claudia Silva le terminó saliendo lo perredista, esa vieja costumbre de la izquierda extraviada que confunde oposición con desorden; bien haría en regresar a ese partido sepultado del que nunca terminó de irse.

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