Mario Felipe Cervantes Villegas
En México, pocos discursos han sido tan rentables políticamente como el de culpar al pasado. Desde que Andrés Manuel López Obrador llegó al poder en 2018, convirtió a Felipe Calderón en el tótem indispensable para justificar cada falla propia. Inseguridad, corrupción, violencia, crisis institucional: todo tiene un solo origen, según la versión oficial.
Lo que pudo ser una revisión histórica legítima terminó convertido en una coartada permanente. Y lo más preocupante: ya con Claudia Sheinbaum en la presidencia, esa narrativa no solo continúa, sino que se radicaliza. El país arde en múltiples crisis, pero el guion del lopezobradorismo sigue siendo el mismo: gobernar señalando hacia atrás.
La estrategia del pasado como escudo del presente
Durante seis años, López Obrador repitió —frente a cualquier cuestionamiento— que la culpa era de Calderón. La violencia histórica, la captura criminal de regiones enteras, el estancamiento económico, el colapso de la salud pública, la militarización… nada tenía que ver con decisiones actuales. Todo era obra del enemigo sexenal favorito.
Hoy, con Sheinbaum, ese reflejo automático se mantiene intacto. A cada falla, la misma respuesta: “Es herencia del pasado, del calderonismo”. Es una narrativa diseñada para no asumir costos, para trasladar culpas, para esquivar responsabilidades.
El absurdo llega al extremo: ahora hasta Carlos Manzo es culpa de Calderón
La tragedia del asesinato de Carlos Manzo reveló el nivel de desgaste, pero también de delirio narrativo, al que ha llegado el discurso oficialista.
En lugar de reconocer un país donde el crimen tiene presencia territorial, logística y política, donde las instituciones de seguridad han sido debilitadas por decisiones actuales, el gobierno y sus voceros intentaron acomodar el hecho dentro del mismo libreto de siempre: es culpa del pasado, es culpa de Calderón, es culpa de la “guerra” de hace más de doce años.
La pregunta es inevitable:
¿Cuántos sexenios más seguirán culpando a Calderón para no aceptar la realidad actual del país?
Es grotesco, pero revela algo profundo: el lopezobradorismo no sabe gobernar sin tener un villano fijo. No puede procesar sus fallas si no es a través de un enemigo que ya ni siquiera participa en la política nacional. La narrativa ya no es solo cansada; es irresponsable.
Sheinbaum: continuidad sin matices
Sheinbaum recibió un país herido, una violencia desbordada, un estado desmantelado y un gobierno que durante seis años puso ideología donde debía haber técnica. Pero en lugar de marcar distancia, profundiza el mismo discurso. Prefiere hablar de lo que ocurrió hace 12 años que enfrentar lo que está ocurriendo hoy.
Y mientras tanto, la violencia sigue cobrando vidas, la delincuencia se fortalece, los territorios se disputan a balazos, y las instituciones civiles están subordinadas a una lógica militar.
Sin autocrítica no hay corrección. Sin asumir responsabilidad no hay gobierno.
El desgaste de un relato que ya no convence a nadie
La sociedad mexicana no es ingenua. Sabe que Calderón no gobierna hace más de una década. Sabe que Morena controla el país, el Congreso y la mayoría de los estados. Sabe que la violencia, la economía estancada, el sistema de salud colapsado y la inseguridad cotidiana no son fantasmas del pasado, sino consecuencias del presente.
El discurso oficial se degrada porque la gente vive una realidad distinta a la que le narran desde el poder.
Un gobierno que sigue actuando como oposición
El mayor fracaso del lopezobradorismo es gobernar como si todavía estuviera en campaña. La narrativa del enemigo eterno les sirve políticamente, pero no sirve para gobernar.
Mientras culpan a Calderón, el país vive:
• récord de homicidios,
• expansión del crimen organizado,
• caída en calidad educativa,
• parálisis en inversión,
• precariedad laboral y económica.
México necesita soluciones, no fantasmas.
Conclusión: mirar hacia atrás mientras el país se cae hacia adelante
Si Claudia Sheinbaum insiste en seguir gobernando desde la nostalgia del agravio, terminará repitiendo el mayor error del sexenio anterior: renunciar a asumir responsabilidad.
Hay momentos en la historia en que el poder se define por la valentía de mirar hacia el frente. Hoy, el gobierno federal prefiere mirar doce años atrás. Y mientras ellos se obsesionan con Calderón, el país se desangra en tiempo real.
La pregunta se vuelve inevitable:
¿Cuánto tiempo más van a gobernar culpando al pasado mientras el presente se desmorona?